En los últimos 30 años me he sentado al borde del precipicio de la muerte con miles de personas, algunos llegaron a su muerte llenos de decepción, otros florecieron y entraron por esa puerta llenos de asombro. Lo que marcó la diferencia fue la voluntad de vivir en las dimensiones más profundas de lo que significa ser humano. Todos han sido mis maestros, estas personas me invitaron a los momentos más vulnerables de sus vidas y me permitieron acercarme más y de forma más personal a la muerte. Y durante el proceso me enseñaron cómo vivir.